MONEGROS DESERT FESTIVAL 2025: POLVO Y ÉXTASIS EN EL DESIERTO DE LOS MONEGROS

En pleno corazón del Desirto de los Monegros, este pasado 26 de julio se reunieron más de 50.000 personas un año más para rendir culto a la música electrónica en su versión más salvaje y sin concesiones, consolidándose como una de las experiencias más extremas del circuito europeo.

Este 2025 Monegros ha superado las expectativas con 12 escenarios, +120 artistas, 22 horas de música ininterrumpida y un ejército de ravers que llegaron días antes para calentar motores en raves improvisadas junto a la carretera, y una atmósfera que fusiona lo tribal y lo futurista, lo ritual y lo industrial, la libertad y el caos. Monegros no es solo un festival: es una peregrinación, un rito de paso, una prueba de resistencia y comunión en mitad de la nada. Pocos lugares en el mundo ofrecen una postal tan cruda y simbólica como Monegros. No hay prados verdes, ni sombras generosas, ni comodidades de glamping. Aquí solo hay polvo, calor abrasador de día, frío rasposo de madrugada, viento que arrastra la arena y la esperanza de que la música no pare jamás.

El ritual comienza antes de cruzar la puerta

Aunque las puertas oficiales abrieron el sábado 26 a mediodía, la energía de Monegros se desató mucho antes. Desde la tarde del viernes, decenas de caravanas, furgonetas y coches se agruparon en los aledaños del recinto para dar vida a las raves improvisadas que, como manda la tradición, prenden la mecha de lo que está por venir.

Bajo la luna, sistemas de sonido artesanales vomitan techno y sus adeptos bailan sin parangón. Los primeros bombos rebotan en la inmensidad seca mientras grupos de amigos se reconocen, se abrazan, se pasan la bebida y se pintan la cara con polvo y sudor. Para cuando se abren las puertas oficiales, muchos ya llevan horas de baile en las piernas y toda la actitud para sobrevivir a lo que se avecina.

Una de las claves del éxito de Monegros Desert Festival es su capacidad para mutar sin traicionar su esencia. Este año, los 12 escenarios ofrecieron una paleta sonora tan vasta como coherente: desde el techno industrial más crudo hasta el house más sofisticado, pasando por el hard groove más hipnótico o el hard techno que hizo temblar la tierra. Entre las grandes novedades de esta edición destacó la llegada del colectivo 240 con su formato F2F, una propuesta inmersiva que combinó los sonidos más contemporáneos en sets que rompieron la barrera entre público y artista. Duna Stage en colaboración con Brunch Electronik, fue otro de los highlights: un oasis dentro del desierto para los amantes del techno melódico y house, donde el sol abrasador se fusionaba con ritmos irresistibles.

Y para los más duros, Dust Stage se consolidó como la catedral del hard techno. Bajo el sello de Unreal, se reunieron algunos de los nombres más potentes de la escena actual. Aquí no hay medias tintas: bombos sin límite de BPM, distorsión sin piedad y una pista de baile convertida en un ejército de ravers que se movían sincronizados al ritmo de la maquinaria del hard techno.

El éxtasis final: Indira Paganotto, reina del psytance

La curaduría musical de Monegros es quirúrgica: cada cierre de cada escenario fue cuidadosamente pensado para mantener la llama encendida hasta el último minuto. Desde las primeras horas de la tarde, cuando el sol castiga sin piedad, hasta el amanecer mágico que convierte el polvo del desierto en bruma dorada, cada artista contribuyó a sostener esa atmósfera colectiva de trance, sudor y comunión. Cuando el reloj marcaba el final de la travesía, muchos cuerpos agotados seguían de pie, resistiendo a la resaca emocional de abandonar el desierto. Para cerrar esta edición inolvidable, Monegros apostó por Indira Paganotto, la indiscutible reina del psytrance contemporáneo.

Su set fue un viaje lisérgico que encapsuló la esencia de Monegros: beats hipnóticos, drops que sacudían el suelo, un trance colectivo que hizo saltar, gritar y abrazarse a los últimos supervivientes. Con su energía magnética, Indira ofreció un cierre apoteósico, un broche de oro que desató lágrimas, risas y un último suspiro de euforia colectiva. Si algo sabe hacer Monegros es dejar huella, y la última sesión de Paganotto lo confirmó.

Monegros no es para todos

A diferencia de otros festivales donde prima la comodidad, Monegros no se entiende sin incomodidad. Aquí se viene a bailar y a sudar; a soportar el calor, el polvo, el viento y la falta de sueño. Se viene a compartir botellas de agua con desconocidos, a resguardarse en carpas improvisadas, a improvisar disfraces que se confunden con el polvo que cubre cada centímetro de piel.

Para muchos, eso es precisamente lo que hace de Monegros una experiencia transformadora. Es un lugar donde se borran las jerarquías, donde la pista de baile se convierte en un territorio de igualdad y libertad radical. Aquí no importa quién eres fuera del desierto: dentro, todos somos “monegrinos”. Con cada edición, Monegros consolida algo más que un festival: consolida una comunidad. Una familia nómada que peregrina cada verano para encontrarse consigo misma, para bailar sin relojes ni normas, para ensuciarse de polvo y volver a casa con la certeza de que hay lugares donde la rutina no tiene cabida.

Los veteranos —muchos de ellos con más de una década de Monegros a sus espaldas— conviven con nuevos rostros que descubren por primera vez la magia de perderse en mitad del desierto. Juntos, escriben una historia que se alimenta de anécdotas imposibles: amaneceres inolvidables, sets inesperados, amistades fugaces que duran toda una vida y se reencuentran cada verano en el desierto.

¿Qué hace único a Monegros?

No es solo el cartel, ni los escenarios, ni el despliegue técnico (que es espectacular). Lo que hace único a Monegros es esa sensación de estar en el fin del mundo, donde no importa lo que ocurre fuera, porque dentro solo existe la música, la gente y la tierra seca bajo tus pies.

Es esa sensación de bailar de día bajo un sol abrasador y de noche bajo un manto de estrellas, de mirar alrededor y ver miles de cuerpos moviéndose como uno solo. Es ese silencio extraño que queda cuando, de pronto, los altavoces se apagan tras más de 20 horas de música y uno se da cuenta de que se lleva un trozo de Monegros pegado a la piel, al pelo, a la ropa y, sobre todo, al corazón. Su fuerza radica en una comunidad fiel que vuelve una y otra vez, en la pasión de quienes lo organizan y en esa mística de lo imposible que convierte un secarral aragonés en la capital mundial de la rave durante un solo día y una sola noche. Y si algo quedó claro el pasado 26 de julio es que Monegros no piensa rendirse: mientras haya monegrinos dispuestos a peregrinar al polvo y al bombo, habrá Monegros.

Hasta el próximo amanecer

Cuando, el domingo por la tarde, las últimas raves improvisadas se apagaron y los últimos ravers abandonaron el recinto, el desierto volvió a ser silencio y soledad. Pero bajo esa tierra seca y esa costra de polvo y sudor, queda latente una promesa: volveremos.

Monegros es mucho más que música. Es un recordatorio de que, al menos una vez al año, se puede ser salvaje, libre y feliz en mitad de la nada. Y cuando el bombo vuelve a retumbar entre las colinas secas, ahí estarán los monegrinos, listos para bailar hasta que salga el sol.

Monegros sabe cómo hacerlo. Y lo seguirá haciendo. Dejando huella en el desierto, año tras año.